Guacán, hoy te recuerdo, ahora que me hace falta sentir tu presencia, tu voz melodiosa, tu mirada tan linda y, tu cariño, el cariño hacia tu niño.
Guacán, yo era un infante – ¿y tú? – tú eras apenas una adolescente, una niña un poco mayor que yo; eras tan buena, me llevabas contigo a caminar por las montañas y, me hacías jugar con las ovejitas, que eran niños como nosotros.
Guacán, parece que te veo frente a mí en esta fría y lejana tarde, recoges una flor mientras caminamos por aquellos montañosos senderos, la pones en tu sombrero y te ves tan linda, tan inocente y tus cabellos y tu pollera, con flores de tantos colores, se agitan al viento.
En momentos como este recuerdo tu afecto, tus cuidados y la melodía de tu voz; recuerdo tus cantos en quechua que se perdían en la inmensidad de los andes.
Te fuiste a Lima y allá, en medio de malos tratos, vejaciones e infamia, pereciste porque el director de esta obra no podía dejarte sufrir más y, te llevó consigo. Hoy te saludo Guacán, mientras miro al cielo – ¿dónde más podría habitar una criatura como tú? – y, quisiera contarte que crecí, que viajé, que aún recuerdo tus sombreros adornados con flores silvestres, tus cantos y tu sonrisa, tu dulce sonrisa. No obstante, ya es muy tarde, ya no estás entre nosotros. La tarde ha caído y allá, en el ocaso, con sus infinitos colores, te encuentras tú mi querida Guacán.
Copenhague – 23/11/25